¿Quién no ha
leído “Funes el memorioso”? Tal vez por su moderada longitud, o no tan marcada
complejidad, de idas y vueltas de nombres de autores, de libros, de personas
corrientes, característica de Jorge Luis Borges, es que el público en general
percibe más accesible, o menos desafiante, la lectura de este cuento. Éstas,
igualmente, son todas suposiciones. El hecho es que, siendo uno de los más
famosos cuentos del autor, “Funes el memorioso” dará de qué hablar a quien
quiera que lo lea.
Por otra parte, mucho menos podría pasarse por alto la trama del cuento, de haber leído previamente a René Descartes: indefectiblemente, uno establecería conexiones entre las propuestas del filósofo francés y las conclusiones del narrador acerca del polémico personaje con el que trata. A continuación, mi no demasiado extensa redacción acerca de los enunciados de Descartes plasmados en la literatura borgeana, a manera de citas seguidas de mi interpretación de las mismas.
Por otra parte, mucho menos podría pasarse por alto la trama del cuento, de haber leído previamente a René Descartes: indefectiblemente, uno establecería conexiones entre las propuestas del filósofo francés y las conclusiones del narrador acerca del polémico personaje con el que trata. A continuación, mi no demasiado extensa redacción acerca de los enunciados de Descartes plasmados en la literatura borgeana, a manera de citas seguidas de mi interpretación de las mismas.
“Diez y nueve años
había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de
todo, de casi todo”. Éste fue el primer fragmento que resonó en mi mente
mientras leía el texto. Mirar sin ver, oír sin oír… no pude hacer más que
asociarlo al engaño de los sentidos del que hablaba Descartes. Funes decía
haberse sentido un ciego. ¿Cómo podía fiarse de la veracidad de sus
conocimientos si sus percepciones lo engañaban?
“Razonó (sintió) que la
inmovilidad era un precio mínimo. Ahora, su percepción y su memoria eran
infalibles.” Dividamos
estas líneas por partes, y comencemos por “Razonó (sintió)”. Ese paréntesis,
esa aclaración, es lo mismo que escribir “razonó = sintió” o “razonó/sintió”
(leído como “razonó, o sea, sintió”). ¿Es lo mismo el razonar que el percibir?
David Hume decía que toda idea era precedida por alguna impresión. Por otra
parte, Descartes enunciaba que las ideas adventicias vienen del exterior. Podríamos
definir a la experiencia como “algo exterior a nosotros con que nos encontramos
en cierto momento”. Al decir Funes, entonces, que su inmovilidad era un precio
mínimo, ilustra la formulación de una idea adventicia previa a su afirmación
(experimenta su inmovilidad, se da cuenta de que no le importa demasiado, y de
esa experiencia nace su idea de que no era demasiado relevante su dolor, o
incapacidad de moverse.) “Ahora, su percepción y su memoria eran infalibles”. El
vocablo “infalible”, como su misma filología lo indica, hace referencia a
aquello que nunca falla: el fallo, la no verdad, de todo esto se desvivía
Descartes por evitar. Funes decidió, al igual que el ya mencionado filósofo en
su momento, que todo debía ser puesto en duda. De hecho, aquí es donde nace el
problema de Funes, posteriormente descripto por el narrador del cuento.
“Era el solitario y
lúcido espectador de un mundo
multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso.” Claro que era solitario: no podía
creer en una cosa como la misma que hace un minuto atrás. No podía confiar en
más que sí mismo. A los diecinueve años de edad, Funes había caído en el
solipsismo. Y no dejaba de ser eso: un solitario espectador, de un mundo del
que no formaba parte, del que él mismo se había alienado.
“Sospecho, sin embargo,
que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar,
abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi
inmediatos.” Aquí,
ya en el cercano final del texto, le es inevitable a Borges no atacar con una
de esas ideas tan inesperadas, alucinantes, que dejan atónito al lector y lo
obligan a invertir el sentido que le habían dado a su lectura hasta el momento.
“Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar.” Hasta este punto, era
una completa virtud aquella de poder recordarlo absolutamente todo, la de poder
cuestionárselo todo. No obstante, esta frase acusa al protagonista de ser
incapaz de pensar. Y analizado bajo la perspectiva de Descartes, esto implica
también acusar al protagonista de no existir. “Pienso, luego existo”, dijo René
Descartes una y otra vez. ¿Qué era Funes, si no era una cosa pensante? ¿No era
nada, acaso? Es cierto que no podía abstraer, y que, como Hume, tampoco podía
establecer relaciones de causa y efecto. Pero tampoco su pensamiento podía
serle arrebatado, aunque esto fuera porque nunca lo había tenido.
Como
conclusión, quisiera resaltar que Funes hubiera generado una verdadera
dicotomía filosofal en René Descartes.
Como José Pablo Feinmann, muchas veces me pregunté qué hubiera pasado de
encontrarse dos personas que, por una cosa u otra, es imposible que se crucen
alguna vez. ¿Qué diría el filósofo barroco de Funes? ¿Existe, porque su
pensamiento no puede serle arrebatado? ¿No existe, porque era incapaz de
pensar? Ambas son afirmaciones de Descartes, y ambas se contraponen la una con
la otra, al intentar encontrar las reflexiones teóricas en la cotidianeidad de
Funes. Creo que llegada esta instancia, Borges decide que no puede hablar de la
existencia del personaje. Por ello, el final es simple y concreto, refiriéndose
así a la no existencia de Funes: “Irineo Funes murió en 1889, de una
congestión pulmonar”. Eso era un hecho. Algo que ni la filosofía podría
cambiar, algo que ni Descartes podría poner en duda. No era más que cuestión de
tomarle el pulso al difunto joven.
Ana Clara Denis, 17/11/13