martes, 19 de noviembre de 2013

Borges y la filosofía: breve análisis y reflexión, comparación y contrastación entre "Funes el memorioso" y las ideas de René Descartes



¿Quién no ha leído “Funes el memorioso”? Tal vez por su moderada longitud, o no tan marcada complejidad, de idas y vueltas de nombres de autores, de libros, de personas corrientes, característica de Jorge Luis Borges, es que el público en general percibe más accesible, o menos desafiante, la lectura de este cuento. Éstas, igualmente, son todas suposiciones. El hecho es que, siendo uno de los más famosos cuentos del autor, “Funes el memorioso” dará de qué hablar a quien quiera que lo lea.
Por otra parte, mucho menos podría pasarse por alto la trama del cuento, de haber leído previamente a René Descartes: indefectiblemente, uno establecería conexiones entre las propuestas del filósofo francés y las conclusiones del narrador acerca del polémico personaje con el que trata. A continuación, mi no demasiado extensa redacción acerca de los enunciados de Descartes plasmados en la literatura borgeana, a manera de citas seguidas de mi interpretación de las mismas.

“Diez y nueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo”. Éste fue el primer fragmento que resonó en mi mente mientras leía el texto. Mirar sin ver, oír sin oír… no pude hacer más que asociarlo al engaño de los sentidos del que hablaba Descartes. Funes decía haberse sentido un ciego. ¿Cómo podía fiarse de la veracidad de sus conocimientos si sus percepciones lo engañaban?

“Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora, su percepción y su memoria eran infalibles.” Dividamos estas líneas por partes, y comencemos por “Razonó (sintió)”. Ese paréntesis, esa aclaración, es lo mismo que escribir “razonó = sintió” o “razonó/sintió” (leído como “razonó, o sea, sintió”). ¿Es lo mismo el razonar que el percibir? David Hume decía que toda idea era precedida por alguna impresión. Por otra parte, Descartes enunciaba que las ideas adventicias vienen del exterior. Podríamos definir a la experiencia como “algo exterior a nosotros con que nos encontramos en cierto momento”. Al decir Funes, entonces, que su inmovilidad era un precio mínimo, ilustra la formulación de una idea adventicia previa a su afirmación (experimenta su inmovilidad, se da cuenta de que no le importa demasiado, y de esa experiencia nace su idea de que no era demasiado relevante su dolor, o incapacidad de moverse.) “Ahora, su percepción y su memoria eran infalibles”. El vocablo “infalible”, como su misma filología lo indica, hace referencia a aquello que nunca falla: el fallo, la no verdad, de todo esto se desvivía Descartes por evitar. Funes decidió, al igual que el ya mencionado filósofo en su momento, que todo debía ser puesto en duda. De hecho, aquí es donde nace el problema de Funes, posteriormente descripto por el narrador del cuento.

“Era el solitario y lúcido  espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso.” Claro que era solitario: no podía creer en una cosa como la misma que hace un minuto atrás. No podía confiar en más que sí mismo. A los diecinueve años de edad, Funes había caído en el solipsismo. Y no dejaba de ser eso: un solitario espectador, de un mundo del que no formaba parte, del que él mismo se había alienado.

“Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.” Aquí, ya en el cercano final del texto, le es inevitable a Borges no atacar con una de esas ideas tan inesperadas, alucinantes, que dejan atónito al lector y lo obligan a invertir el sentido que le habían dado a su lectura hasta el momento. “Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar.” Hasta este punto, era una completa virtud aquella de poder recordarlo absolutamente todo, la de poder cuestionárselo todo. No obstante, esta frase acusa al protagonista de ser incapaz de pensar. Y analizado bajo la perspectiva de Descartes, esto implica también acusar al protagonista de no existir. “Pienso, luego existo”, dijo René Descartes una y otra vez. ¿Qué era Funes, si no era una cosa pensante? ¿No era nada, acaso? Es cierto que no podía abstraer, y que, como Hume, tampoco podía establecer relaciones de causa y efecto. Pero tampoco su pensamiento podía serle arrebatado, aunque esto fuera porque nunca lo había tenido.
Como conclusión, quisiera resaltar que Funes hubiera generado una verdadera dicotomía filosofal  en René Descartes. Como José Pablo Feinmann, muchas veces me pregunté qué hubiera pasado de encontrarse dos personas que, por una cosa u otra, es imposible que se crucen alguna vez. ¿Qué diría el filósofo barroco de Funes? ¿Existe, porque su pensamiento no puede serle arrebatado? ¿No existe, porque era incapaz de pensar? Ambas son afirmaciones de Descartes, y ambas se contraponen la una con la otra, al intentar encontrar las reflexiones teóricas en la cotidianeidad de Funes. Creo que llegada esta instancia, Borges decide que no puede hablar de la existencia del personaje. Por ello, el final es simple y concreto, refiriéndose así a la no existencia de Funes: “Irineo Funes murió en 1889, de una congestión pulmonar”. Eso era un hecho. Algo que ni la filosofía podría cambiar, algo que ni Descartes podría poner en duda. No era más que cuestión de tomarle el pulso al difunto joven. 

Ana Clara Denis, 17/11/13

1 comentario:

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